La toma de decisiones acertadas es crucial…
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lanzó en 2009 una advertencia sobre la posibilidad de un futuro apocalíptico en materia alimentaria. La población mundial había llegado ese año a 7.000 millones de personas y el pronóstico de superar los 9.000 millones en 2050, avizoraba un escenario con escasez de alimentos y precios inaccesibles para los pobres. Más de 900 millones de personas ya sufrían hambre ese año.
La FAO propuso entonces el reto de incrementar en 70% la producción de alimentos hasta el 2050, con tres limitantes para ello: 1) La cantidad de tierra cultivable, que es finita; 2) La disponibilidad de agua dulce, que irá bajando; y, 3) El cambio climático, que afectará al agro con sequías, inundaciones y plagas. La tarea no es fácil pero hay que hacerla para evitar un desastre.
Para hablar de alimentos se debe ir al origen de los mismos -la agricultura- una actividad vital para la gente, pues de la buena alimentación depende su normal desarrollo; de ahí que los buenos gobiernos apoyan a sus productores agropecuarios por ser un sector altamente estratégico.
Pero, no todos los países tienen vocación agrícola y tampoco todos los países tienen igual capacidad productiva en este rubro; más bien, la regla es que la generalidad de países enfrenta severas restricciones para producir los alimentos que precisa y la excepción a la regla es que son poquísimos los países que tienen la posibilidad de producir casi todo tipo de alimentos, más allá de sus propias necesidades. Uno de ellos, aunque Ud. no lo crea, es Bolivia.
Los más de un 1.000.000 km2 de territorio, con todos los pisos ecológicos posibles (altiplano, valles, llanos); con climas y microclimas, desde el frío polar, pasando por temperaturas templadas hasta el calor tropical; y la disponibilidad de agua dulce por lluvia, ríos, lagos y reservorios subterráneos- hacen que el país cuente con inmejorables oportunidades de producción para prácticamente toda clase de alimentos imaginables.
Si bien Bolivia goza del privilegio de autoabastecerse de alimentos básicos, no aprovecha, sino, mínimamente, el gran potencial agroproductivo que Dios le ha dado.
Hace cinco años, un estudio de la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT) reveló que el país disponía de 49 millones de hectáreas con vocación agropecuaria, de las que no utiliza ni la cuarta parte. Qué diferente sería Bolivia si activara semejante potencial: ¡Sería un destacado país agroproductor, agroexportador y pasaría a jugar en las grandes ligas del mundo!
“El sector agrícola es muy importante para el crecimiento económico y un desarrollo social más inclusivo y sostenible”, dijo recientemente Liliana Castilleja-Vargas, Economista País Bolivia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), al presentar el libro “Apostar por la agricultura para lograr una diversificación productiva”.
Recordó, además, que este resiliente sector fue uno de los pocos que creció durante la pandemia del 2020, aspecto que fue corroborado para nuestro país por el Dr. Juan Antonio Morales, ex Presidente del Banco Central de Bolivia, en un interesante artículo que escribió sobre la economía boliviana y que comentamos la noche de la entrega del mencionado libro, en la ciudad de La Paz, al habernos sentado juntos.
Decía la economista del BID, que el cambio climático, la digitalización y el impacto de la pandemia están cambiando las reglas del juego en el mundo, frente a lo cual la agricultura puede jugar un papel primordial, mencionando los beneficios que podría obtener Bolivia en nichos de mercado asociados a los superalimentos, el sector forestal y la agrotecnología.
Para ello, según Castilleja-Vargas hay que resolver, en el sector, desafíos estructurales como su baja productividad, cuellos de botella en infraestructura multimodal de apoyo y aspectos institucionales (trabajo público-público y público-privado); establecer prioridades y plazos ante la vulnerabilidad del cambio climático; impulsar la equidad de género; mejorar la innovación, investigación, transferencia tecnológica, sanidad e inocuidad, educación y acceso al crédito.
Dijo, también, que un mayor acceso a la energía eléctrica y al riego podrían implicar una subida de la eficiencia, producción y competitividad, y de la calidad de vida de los productores. El BID calcula que el beneficio para Bolivia sería 5 veces mayor al costo de inversión en caminos de ripio, 4 veces en energía y 2 veces en riego; la energía eléctrica en el campo incrementaría la producción en 29%; un aumento del 10% en riego subiría 0,4% el rendimiento de cultivos de alto valor.
Sobre las soluciones tecnológicas para mejorar la productividad, la eficiencia y la rentabilidad en el agro (AgTech), dijo que en Latinoamérica hay más de 450 iniciativas: 95 en la región andina, 4 en Bolivia.
“La toma de decisiones acertadas es crucial. Es momento de tomar acción, apostar por la agricultura”, sentenció la experta, en línea con lo que había dicho la FAO.
(*) Economista y Magíster en Comercio Internacional