Colas, fichas e indolencia pública
Lo que voy a relatar es real y lamentablemente sucede en nuestro país. Me lo contó un testigo de una situación que lacera el alma, ya que de por medio está la dignidad de nuestros viejitos que, en el último tramo de su vida, y cuando más protegidos deberían estar, no los estamos honrando como correspondería.
En cierta ocasión hice notar que -pese a lo que se decía del país de las maravillas– el sistema público de salud dependiente del gobierno central era una calamidad, por la desconsideración en general, y para con los ancianos en particular, por los placebos que recibían para su dolor y las insufribles programaciones a semanas vista para acceder a un especialista, una intervención quirúrgica, etc., previa “cola” de madrugada para sacar “la ficha”, cuando -siendo asegurados y aportantes al efecto- deberían ser atendidos de la mejor forma.
Les cuento que igual pasa con la atención a la gente de la tercera edad en relación a los bonos estatales. La persona que estuvo en la Oficina de la Renta Dignidad en Santa Cruz vio algo que estrujó su corazón: ancianitos haciendo “cola”, sin bioseguridad, apiñados entre sí, tratando de protegerse del solazo, gente pobre en su mayoría (seguro sufren igual del frío y lluvia en otras ocasiones).
Ahí se enteró por boca de ellos mismos que se ven obligados a hacer “fila” desde las tres de la madrugada para “sacar ficha” para sus trámites personalísimos ¿qué tal? ¡En pleno Siglo XXI, sacrificar así a nuestros mayores cuando la tecnología podría resolver esto! “Así nomás son las cosas, puede irse a quejar al rey de Roma si quiere”, le habría dicho un indolente funcionario (como si él no fuera a llegar a viejo un día).
Mucha gente llega del campo o viene de lejos para su trámite y cuántas veces no halla “ficha” porque otros le antecedieron en la “fila” (que ese día doblaba la esquina). Ahí se enteró que “hay gente que hace fila por cuenta de uno por Bs150”. Doblemente triste ¿no? Que haya quienes vendan su sueño para cobrar la reserva de un espacio y -más triste aún- que de su mísero ingreso un ancianito deba pagar dicho monto por estar enfermo, para evitar amanecer haciendo cola o el riesgo de andar a esa semejante hora.
Imagine esta escena: viejitos y viejitas tapándose sus cabezas con un cuaderno o un papel, a una temperatura que ronda los 40 grados a la intemperie cerca al medio día. ¡No pues! Los ancianitos merecen la mayor consideración de sus hijos, así como de las instituciones del Estado. Ojalá se resuelva esto, y pronto…