Coca-Cola, una compañía global muy boliviana
Cuando una empresa internacional establece en un país lazos económicos, sociales y culturales profundos, adquiere una impronta que la convierte en una Compañía local. Así ocurrió con Coca-Cola desde que fuera embotellada por primera vez en Bolivia en noche buena de 1941: su clásica fórmula pasó a formar parte de la vida y los hogares del país.
Ese proceso se evidencia a lo largo de toda la cadena de valor de la Compañía, integrada por actores locales: productores, empleados, distribuidores, clientes y cooperativas de recicladores, entre otros. Bolivianos que producen bebidas para los bolivianos, en un engranaje que hace funcionar el motor de desarrollo de la economía nacional.
El modelo de negocio de Coca-Cola está basado en el crecimiento a través de la generación de oportunidades compartidas, donde la rentabilidad va de la mano con la creación de valor para las personas, las comunidades y el planeta. En Bolivia, llega a cada rincón del territorio con oficinas, plantas embotelladoras, la generación de empleos directos e indirectos, programas para el cuidado de cuencas, para el crecimiento de las economías regionales y para el desarrollo económico de las mujeres del país.
Junto con sus socios embotelladores en más de 200 países y territorios, esta Compañía emplea a más de 700.000 personas en todo el mundo. Gracias a la amplitud y heterogeneidad de su cadena de valor, cada empleo que genera ayuda a crear muchos más puestos de trabajo en la economía local, con lo que el crecimiento se extiende a toda la comunidad.
Entre salarios, contratos de suministro, impuestos y contribuciones tributarias, la cadena de producción de Coca-Cola llega a los principales actores de la economía boliviana -hogares, empresas y Estado, formando parte de las 10 empresas que más contribuye al Estado a través de los impuestos. La empresa genera en Bolivia más de 3.000 empleos directos y al rededor de 100.000 empleos indirectos.
La producción se realiza en gran parte localmente en establecimientos ubicados en Bolivia, utilizando mano de obra local e integrándose en la economía nacional. Un aspecto fundamental es el apoyo activo a las comunidades en las que opera: en los últimos años, a través de la Fundación Coca-Cola de Bolivia, se ha financiado proyectos de importante impacto social y medioambiental, promoviendo programas de protección de cuencas y cuidado del agua, de mejoras de la producción citrícolas y empoderamiento
financiero a las mujeres que integran su cadena de valor. El 65% de sus 113.000 clientes en el país son pymes como kioscos, almacenes y autoservicios, cuyo negocio representa el principal ingreso familiar.
Que las bebidas de Coca-Cola estén en la preferencia de los bolivianos desde 1941 tiene que ver, también, con su acento marcadamente nacional: los socios con los que trabaja, la pasión de los empleados en las cinco plantas embotelladoras distribuidas en todo el territorio nacional y el entusiasmo de los choferes al volante de los 466 camiones de distribución que, junto el equipo de ventas, recorren carreteras e incluso navegan ríos para que esas bebidas lleguen a cada kiosco o almacén del país.
Todo esto la convierte en parte del país y hace que Coca-Cola sea mucho más boliviana de lo que uno se imagina para una compañía internacional.