SAPIENSIA Y EXPERIENCIA

El poder del financiamiento estatal

Hubo una época en la que la monarquía ejercía todo el poder. Era la ley y nada estaba por encima de ella. Se atribuye a Luis XIV la frase: “el Estado soy yo” para significar que el ejercicio de su voluntad ponía al rey por encima de toda ley. Una autentica muestra de lo que significó la monarquía absoluta.

En el financiamiento de los gastos estatales se refleja el poder de los reyes de acuñar monedas con un valor relacionado a la cantidad de metal precioso contenido en las monedas y reducirlo cuando sus finanzas no iban tan bien, a la vez que se mantenía su denominación. O sea, una moneda de 50 coronas, por ejemplo, mantenía el número, pero contenía menos cantidad del metal precioso que simbolizaba su real valor. A este poder de disminuir el valor real del dinero, sin modificar el valor nominal del mismo, se llamó señoreaje. Por este poder la acuñación de monedas y la impresión de billetes se convirtió en monopolio del Estado.

Los Estados modernos continúan utilizando este poder y financian parte de sus gastos gracias a él. Por cierto, las cosas se han modificado. Toda emisión de dinero, al igual que en el pasado, es una deuda del Estado para con el público. Ya no se acuñan monedas de metales preciosos, ahora se imprimen billetes. El señoreaje ya no es la disminución paulatina del metal precioso en la moneda acuñada, para beneficiar al Estado, ahora se ejecuta con cada elevación del nivel general de los precios. La inflación quita poder de compra a la población y el dinero emitido por el Estado pierde valor real o, lo que es lo mismo, su poder de compra. Por lo tanto, la inflación, al disminuir la capacidad de compra de las familias, acrecenta el señoreaje del Estado.

Es el Estado el que imprime el dinero y lo emite. Lo emite con sus gastos y con sus deudas. La gente acepta el dinero porque es el Estado quien le dice cuánto vale cada billete, pero cada billete tiene un valor real en directa relación a cuánto puede comprar, y otro vinculado al número que lleva impreso. Si la capacidad productiva de una economía cae, existen muchos billetes persiguiendo a un número menor de productos y se genera una inflación.

Por el contrario, si la gente puede comprar efectivamente aquello que le permite el número impreso en el billete, no hay razón para un ascenso en los precios. En este sentido, es la capacidad de producción de una economía la que genera la confianza en el dinero y mientras ésta capacidad productiva se mantenga el ciudadano continuará confiando en su dinero. Es la capacidad productiva de una economía que crea la confianza en el dinero. La confianza tiene un fundamento real, tangible no es producto de la imaginación.

El Estado también financia sus gastos con el déficit público. Esto es, puede gastar más de lo que tiene. En condiciones de caída de la producción, el déficit público es una forma de rescatar la producción de una economía, especialmente si ésta presenta capacidad ociosa. Vale decir, no requiere nuevas instalaciones para aumentar la producción porque con la que dispone puede volver a alcanzar niveles productivos ya alcanzados antes.

También se pueden financiar los gastos del Estado mediante el endeudamiento. Los Estados pueden colocar bonos o títulos de deuda (simples papeles, como los billetes, solo que aquellos pagan intereses) para obtener el dinero que financiará la inversión pública o su gasto corriente. Al colocar estos papeles, el Estado se compromete a devolver el monto que se presta más un interés en un tiempo determinado.

Una inflación disminuye la deuda del Estado, y si llega a niveles hiperinflacionarios (por encima del 100%) la deuda no solo elimina los intereses, sino que tiende a desaparecer en relación a su poder de compra. Si se prestó 1.000 bolivianos al 10% pagará 1.100, pero con los mil que recibió el Estado compró valor de 1.000 en productos. Después de una inflación del 100%, con lo pagado al acreedor, éste tan solo comparará 1 boliviano y 10 centavos de producto. En el lenguaje de los economistas a este acto, que no es de magia, se lo denomina licuar la deuda del Estado. Esto es: hacerla desaparecer.

Por otra parte, los Estados pueden recurrir al financiamiento externo: tanto el que conceden organismos multilaterales, como el que otorgan otros países. Este financiamiento no vendrá en moneda nacional sino en dólares o en la moneda del FMI: los DEG. En una época como la que ahora se vive estos dólares pueden otorgar un saludable apoyo a la economía nacional y a las reservas internacionales.

En diversas oportunidades, autoridades, políticos, comunicadores comparan al Estado con una familia. Los aspectos indicados claramente exhiben que el financiamiento del Estado difiere diametralmente de aquel que puede conseguir una familia. Esta no puede emitir dinero, tampoco tiene el poder del señoreaje, no puede mantener un déficit en sus cuentas, no puede prestarse dólares del Banco Mundial o de la China, y menos aún, hacer desvanecer o licuar sus deudas. Las familias tienen que trabajar para comprar lo que consumen. Los Estados cobran impuestos, disfrutan del señoreaje, se endeudan emitiendo papeles, pueden licuar sus deudas. En esto consiste el poder de financiamiento de los Estados y la gran diferencia que tienen con las familias y sus gastos.

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